lunes, 6 de marzo de 2017

LOS FETICHES DE LOS LAMECULOS


“…Pero, ¿quién puede
hacer entender a
los argentinos que
un país sin una historia
escrita con la verdad,
es un país sin futuro?”
Jorge Milia
Editorial Diario “Castellanos”
Rafaela, 11/02/2017

Debemos reconocer que la situación fue poco común. Nunca, que yo tenga memoria, el conductor de un programa de la televisión abierta se había animado a invitar a alguien que salía del obligado pensamiento, políticamente correcto, del que hacen gala periodistas y políticos referido a los hechos derivados de la guerra contra la subversión; reconozcámoslo, esto sucedió dos veces y es probable que el conductor no la haya pasado bien con quienes manejan el “catecismo de los setenta” por la decisión que tomó. Primero, Victoria Villarruel y luego  Silvia Ibarzábal venían a denunciar ante el público que durante treinta y cuatro años -políticos y periodistas- habían ocultado, en nombre de un relato falazmente parcial, a las víctimas que la subversión había causado en la Argentina.

Ante la solidez de los argumentos expuestos por ambas mujeres -Victoria Villaruel es presidente del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), Silvia Ibarzábal es hija de un Coronel del Ejército Argentino asesinado luego de diez meses de estar secuestrado- en el panel que las recibió debería haber habido, por parte de los periodistas y políticos presentes, una aceptación veraz de que lo que transmitieron durante años a la sociedad sobre las víctimas de los años setenta era una media verdad, cosa que al final termina siendo una mentira completa pero, esperar un mea culpa de aquellos que por miedo, complicidad o retribuciones espurias cultivaron este silencio raya en la tontería. Así, lo que hubiera sido un diálogo fecundo que quizás nos hubiera encaminado, aunque fuera a partir de un programa de televisión, a un nuevo intento de reconciliación por sobre el dolor que aún nos mueve se convirtió en una repetición cansina pero machacona de los slogans que zurdos, progres y cobardes han adoptado como dogma y que a hoy no es otra cosa que una serie de fetiches pseudo históricos que los ayuda en sus masturbaciones mentales: el “plan sistemático”, los 30.000, el robo de bebés, el genocidio…, falacias que hicieron posible que la Argentina de estos últimos siete lustros en lugar de memoria, verdad y justicia haya tenido omisión, mentira y revancha.

1.- El “plan sistemático de exterminio”

Quizás, si los comandantes en jefe que dieron el golpe el 24 de marzo de 1976 hubieran tenido un plan, estudiado y pensado, para enfrentar a la guerrilla, en especial a la urbana, hoy no viviríamos el enfrentamiento que divide a la sociedad, ni la mentira primero, y la venganza después hubieran sido la forma que sirvió para destruir las relaciones entre el pueblo argentino y sus Fuerzas  Armadas.

Con extrema lucidez, Juan José Gómez Centurión definió como caos la manera en que se llevó adelante la guerra contra el terrorismo negando la falaz idea de un plan de exterminio pensado y ejecutado hasta el mínimo detalle expuesto por los perdedores de la guerra y los lameculos de ocasión que los acompañan.

Con solo leer el libro de Ceferino Reato, “Disposición final” (1), uno descubre que, tal cual lo define Gómez Centurión, la guerra contra el terrorismo se desenvolvió en un ambiente de caos total, no había un jefe responsable de la misma, cada Fuerza Armada se manejaba de manera independiente de las otras, que cada zona militar gozaba de una autonomía increíble y que, según dice Reato que Videla le dijo, “La libertad de acción derivó en grupos que se manejaron con demasiada autonomía. Había una finalidad, que era lograr la paz, sin la que hoy no habría una república…”. Sin duda alguna es cierto que sin la eliminación de la guerrilla hoy no tendríamos República, pero también es cierto que esta falta de un plan diseñado para llevar adelante no solamente la guerra, sino también la posguerra, nos ha dejado a un tris de quedarnos sin Fuerzas Armadas.

Obviamente, quienes se llenan la boca repitiendo esta mentira nunca se hubieran animado, ni, menos aún les convenía definir lo que pasó, de la misma manera que lo había hecho el “Lider” que, sin tanta parafernalia lacrimosa dijo: “…que es todo el pueblo el que está empeñado en exterminar este mal...” y llamó a que “…el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República.” (2)

Más allá de lo creíble o no que pueda ser el libro de Reato, no hubo un plan de contingencia ni para el combate ni, menos aún, para aquellos que eran considerados “irreductibles”. Dicho en pocas palabras, el miedo a las implicancias políticas internacionales que traería blanquear el fusilamiento de unos cuantos guerrilleros hizo que el aparato militar dejara de ser eficiente y comenzara a manejarse en un sistema desordenado y confuso que solo un tarambana puede considerar como plan.

Frente a la pregunta que muchos que desconocen lo sucedido se hacen: ¿hubo un “plan de exterminio”?; lo primero a considerar es que un plan, para ser definido como tal, debe ser estructurado de manera tal que se alcance el objetivo a cumplir. Si un plan no es eficiente, si no hay coherencia en los objetivos, sean estos ganar la guerra o dejar en tal estado de aniquilación al enemigo que este no pueda moverse nunca más ni militar ni políticamente, ni siquiera es un plan, es una joda, joda sangrienta quizás, pero joda al fin o, como dijo más educadamente Gómez Centurión, solo es un caos.

Supongamos por un momento que hubiera existido un “plan de exterminio”. La mejor manera de saber si lo hubo o solo fue un caos es pensando que como objetivo la idea sería eliminar a no menos de un 80% de los efectivos terroristas, más los simpatizantes que se pudieran prender. Para ello hagamos algo de números sobre el número de terroristas que se enfrentaban a la Nación. Dejemos de lado, por imprecisas, el número de combatientes que, según Anguita y Caparros (3), tenía Montoneros. Me quedo con el número que detallan los documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano (4) de los que se infiere que Montoneros nunca tuvo más de 8.000 combatientes.

Respecto del ERP, Pablo Antonio Anzaldi (5) hace un cálculo atinado: “si el ERP tuvo cuatro compañías de 200 hombres y un batallón de 400 su tropa [combatiente] constaba de 1.200 personas”, aunque Paul H. Lewis (6) sostiene que a fines de 1974 en Tucumán el ERP había desplegado por toda la provincia 2.500 elementos. De cualquier manera, volviendo a los  documentos desclasificados podemos estimar que la realidad del ERP era una media: 1.500 hombres en armas.

Si a los combatientes les sumamos los apoyos de retaguardia: reemplazo por bajas, logística, sanidad, fabricación y mantenimiento de armamentos, etc., tendríamos un promedio de 5 personas de apoyo por combatiente, por lo que puede estimarse que el total de elementos vinculados militarmente al ERP eran aproximadamente unos 8.000 efectivos. Haciendo un cálculo similar para Montoneros con los números de los documentos desclasificados del Depto. de Estado de USA -aproximadamente 8.000 combatientes- para esta “orga” el total de personas vinculadas estrechamente al aparato militar serían unos 40.000 elementos, lo que nos daría un total de, más o menos, 48.000 subversivos entre combatientes y elementos ligados estrechamente a la “orga” militar.

El Registro Unificado de Víctimas del “Terrorismo de Estado” (RUVTE) que depende del Ministerio de Justicia precisó que en la década de los setenta las víctimas por acción de la contraguerrilla fueron 8.571 personas lo que nos muestra que si hubo un general que dijo: “deberán morir los que deban morir” -frase a la que atribuyo la misma verosimilitud que a la cifra 30.000- de los 48.000 que debían  morir, y eso sin contar a los simpatizantes, solo quedaron bajo tierra, o bajo agua, un 17,85%, o sea que, visto desde donde se vea, más que un plan fue un caos, y así y todo fue un fracaso.

2.- Los 30.000

Experto en no decir nada y ver solamente de que manera puede salvar su ropa, Claudio Avruj, secretario de derechos humanos, dijo: “el número de desparecidos es un número en construcción porque la Justicia no llegó en tiempo y forma" (7). ¿Qué quiso decir con esto?, ¿Qué iba a llamar a licitación para incorporar al Registro Unificado de Víctimas a un número determinado de difuntos que hubieran aparecido en los obituarios de los diarios nacionales entre 1976 y 1983?, ¿o que quizás incorporaría a este a los miles de de muertos violentamente desde que el garantismo -de la mano del pequeño Alfonso- se entronizó en la justicia argentina?. Avruj no dice mucho de sus planes pero cualquier desconfiado podría suponer que busca con empuje no exento de desesperación la manera de convertir las 22.000 mentiras definidas por Gómez Centurión en algo que fuera más o menos creíble, aunque más no sea para llenar algunas de las chapitas anónimas del parque de la memoria; como ayuda sería bueno sugerirle la posibilidad de escribir en las que después de treinta y cinco años aún no le han encontrado un nombre: “un terrorista argentino muerto (o si prefieren, desaparecido) solo conocido por Dios” y por aquel que cobró la indemnización correspondiente.

Por el número de muertos y de desaparecidos, pero también de rajados, lo nuestro no ha sido ninguna de las guerras mundiales, ni siquiera la Guerra Civil Española. Si yo me paro frente a la placa que recuerda a los muertos de los setenta en la Facultad de Ingeniería Química de la UNL donde estudié puedo decir quién era, que hacía y si fue chupado o lo mataron en algún enfrentamiento y, muertos o desaparecidos, no hay más que los que están -tanto en esa placa como en el RUVTE- y nada más, salvo desvaríos, hay para sumar.

Asombra la congoja y la ira que domina a aquellos que tienen mucho que perder cuando tratan de hacer callar a quienes no creen en estos números propios del realismo mágico. Hay mucho de ánimo inquisitorial y cobarde en periodistas y políticos cuando uno dice no creer en las mentiras del “pensamiento oficial” -ante el que el oficialismo político de turno ha agachado siempre la cabeza- ya que hasta no hace mucho, aunque no sabemos si seguirá sucediendo, el anatema lanzado por una gárgola de cabeza empañolada era la muerte civil del impío que osaba contradecirlo.

En tanto y cuanto los 30.000 nacieron como un número para timar a europeos “bien pensantes” (8)  ese ha sido el sino de los desaparecidos, un número de altísima rentabilidad cuyos dividendos han quedado en manos de unos pocos avivados.

3.- El “plan sistemático” de robo de bebés

El 4 de enero de 1977, fuerzas conjuntas del Ejército Argentino y la Policía provincial santafesina cercaron la casa ubicada en calle San Martín entre Espora y Obispo Boneo, de la ciudad de Santa Fe. Cuando se trata de allanar la vivienda, la acción es repelida mediante fuego de armas automáticas. En la vivienda se encuentran José Pablo Ventura (a) Rafael a cargo de la secretaría militar de Montoneros, acompañado dos mujeres conocidas por sus nombres de guerra: Paula y Candela y el hijo de esta última de seis meses de edad. Antes de iniciado el tiroteo Candela logra poner a salvo en una casa vecina a su hijo.

Una vez terminado el tiroteo con la muerte de los terroristas, los vecinos informan al jefe del operativo de la existencia del menor pero el único documento encontrado, una libreta cívica Nº 6127322 a nombre de Mara Severini, no permite conocer la identidad de las mujeres, no así la del “Tala” Ventura que era a quien habían delatado dos jefes de la regional Santa Fe de Montoneros. Dos semanas después del enfrentamiento y al no poder determinarse la identidad del menor, éste fue entregado al Arzobispado de Santa Fe encargándose Monseñor Zaspe de encontrar a la familia del menor por lo que pudo saberse, meses después, que la madre -“Candela”- era María Josefina Mujica.

Casos como este hubo muchos, fuerzas militares que se encontraban con menores desprovistos, al igual que sus padres de documentos que los identificaran o con documentos falsos. Quien se tome el trabajo de ver detenidamente el listado de víctimas del RUVTE va a encontrar una cantidad de mujeres de las que se consigna que al momento de su detención estaban embarazadas y que sus hijos fueron entregados a las familias biológicas.

¿Esto significa que no hubo robos de bebés?, en modo alguno, claro que los hubo pero no en la dimensión que la “abuela”, dueña de uno de los negocios de Plaza de Mayo, lo consigna. El robo de un bebé es en sí una canallada, y en especial en el caso de que los apropiadores supieran que había posibilidad de contactar a las familias de sangre y no lo hicieron. Entonces, es correcto caerles a estos con todo el peso de la ley. Lo que no hubo fue un plan “sistemático” de apropiación ilegítima pero, la necesidad de hacerse de “los fueros que da la izquierda” (8) hizo que la “abuela”, con la ayuda de su pandilla, cometiera cualquier atropello con tal de mostrar “nietos recuperados”, nietos a los cuales si fuéramos un país en serio deberíamos obligarlos a hacerse un nuevo estudio de ADN en laboratorios serios ya que solo un idiota le creería al banco nacional de datos genéticos manejado por la banda de la “abuela”.

Han pasado cuarenta años desde la guerra y aún se clama por 500 nietos “robados”; por miedo o por connivencia espuria, nunca ningún lameculos cuestionó este número sin importar que, aún suponiendo que los 106 “nietos recuperados” sean verdaderamente bebés robados, nadie al día de hoy entiende por que aún hay 394 “nietos robados pero no recuperados” a los que no les importa ni conocer a su familia biológica ni recibir la indemnización correspondiente.

4.- El “genocidio” argentino

De todas las falacias que se han dicho sobre la guerra antisubversiva en la Argentina es esta la más infame. Su infamia radica en que definiendo como genocidio la muerte de gente dispuesta al asesinato y a la guerra, banaliza el sufrimiento y muerte de millones de seres pacíficos que fueron asesinados solo a causa su raza o de su religión. No obstante debemos admitir que esta falsedad tiene también una base de necesidad sociológica. En verdad, 8.571 muertos y desaparecidos, entre 1973 y 1983, no dan la altura para definir un genocidio, apenas si alcanza, con buena voluntad y algo de mentira, para definir una matanza considerable si a los 8.571 los hubieran puesto a todos de una en el Monumental y los chicos malos se hubieran dedicado a tirar al blanco durante todo un día y una noche.

Pero no bastaba una matanza -no olvidemos que una guerra es de por si una matanza- los argentinos nos merecíamos un “genocidio”, y es aquí donde entra la mentira máxima que políticos y muchos periodistas repiten sin cesar, aún antes de abrir el diccionario de la Real Academia Española para ver cuál es la definición de esta palabra, porque los charlatanes que han medrado con la mentira de los setenta vieron que ésta palabra se escribía bien y sonaba mejor y la adoptaron sin preguntar mucho como si fuera una novia rusa que se vende por internet.

No obstante, de tanto repetir el sonsonete del “genocidio” éste hizo carne en muchos argentinos la idea de que éramos tan importantes que, si los judíos, los armenios y los ucranianos tenían su genocidio, ¡cómo no lo íbamos a tener nosotros! Y aunque esto fuera banalizar el atroz sufrimiento que padecieron judíos -el 71% de la población judía de Europa, asesinada-  -armenios- el 65% de los armenios que vivían en Turquía, exterminados- y ucranianos -el 82% de la población rural de Ucrania, eliminada- bien nos merecíamos, por lo eminentes que nos creemos, tener nuestro propio “genocidio”. No importa que el diccionario de la RAE -ese al que nunca consultan los lameculos- definiera a la palabra genocidio como: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivos de raza, etnia, religión, política o nacionalidad” y aunque esto fuera para nada nuestro caso, la adjetivación de “genocida” a todo el que haya combatido al terrorismo suena bien y le hace creer a muchos idiotas que en los setenta se escondían, que hoy son el “maquis” de la Argentina.

Que los ocho mil y pico de muertos de nuestro módico “genocidio” eran pistoleros que no encarnaban ni a una comunidad, ni a un partido político ni, menos aún, a una raza o fe determinada y que a diferencia de los judíos, armenios y ucranianos masacrados -gente de paz que jamás empuñó un arma- solo eran militantes de facciones armadas que se miraban de soslayo y estaban prestas a traicionarse (9) e inclusive, llegado el momento, a masacrarse alegremente entre ellas no tiene mayor importancia, este es nuestro “genocidio” y aquí llegó para quedarse y quien piense distinto, terminará en cana como ha pedido “Chichita” Copello (a) Nilda Garré, ex funcionaria de Onganía, Levingston y Lanusse, ex JP y resistente a nada que pasó en completa tranquilidad los siete años del PRN sin que nadie le hiciera un rasguño y que,  conchabada con el kirchnerismo se hizo perdonar los rumores de su relación con Massera y el batallón 601 desguazando a las Fuerzas Armadas.

Así se ha escrito la historia de estos últimos cuarenta años en Argentina, una suma de fraudes y mentiras contadas hasta el cansancio por lameculos que se han ido renovando generacionalmente y que le ha hecho creer a la sociedad que lo que vivieron no fue como realmente lo soportaron, que los asesinados por el terrorismo son un sueño mal soñado por una derecha vengativa y que el accionar de la guerrilla era para defender la democracia, esa democracia que los otros lameculos del setenta y seis -ministros, diputados, senadores, empresarios et alts- se habían encargado de hacer rodar escaleras abajo.

Esta y no otra es la verdad de lo sucedido en las Provincias Unidas (?) del Sur. Pero la fábula de la “juventud maravillosa” y los militares sedientos de sangre ha promovido y les ha dado de comer a tantos sanateros, que entonces, ¡qué importa lo que fue verdad!

Jose Luis Milia
(1).- Ceferino Reato.- Disposición final
(2).- Tte. Gral. Juan Domingo Perón.- Radiograma G6777 132/74.  Lunes 21 de enero de 1974
(3).- Eduardo Anguita y Martín Caparros. “La voluntad”
(4).- National Security Archive.  Electronic Briefing Book
(5) Pablo Antonio Anzaldi “Los años setenta a fondo”
(6) Paul H. Lewis, Guerrillas and generals: the "Dirty War" in Argentina
(7) Claudio Avruj, Stario. DD.HH. La Nación, lunes 20 de febrero de 2017
(9) Hugo Gambini .- “Historia del peronismo. III (1956-1983). “No se sabe cómo dieron con el departamento [de Santucho]: hay versiones que hablan sobre una inteligencia previa,… y otras a una información por parte de Montoneros…”

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