sábado, 9 de septiembre de 2017

ROMPER TODO



"Durante toda su historia, América Latina ha sido
un auténtico laboratorio de ilusionismo político".
Alain Rouquié

Más allá de la presencia de los violentos grupos anarquistas en cada ocasión en que se reúnen los líderes mundiales en algún lugar del planeta, nuestro subcontinente está asistiendo, y mirándolo por televisión, a la puesta en marcha de las políticas recomendadas por el Foro de San Pablo para subvertir todas las instituciones nacionales y llevar a nuestros países a transformarse en los paraísos imaginados por la izquierda universal.

En los 70's, se intentó conquistar el poder a través de organizaciones terroristas que bañaron en sangre a Colombia, Perú, Brasil, Uruguay, Chile y, por supuesto, Argentina. Las sucesivas derrotas militares, que las sumieron en el asombro por la falta de acompañamiento social a sus mesiánicos proyectos, llevaron a sus ideólogos a recurrir a las enseñanzas de tipos tales como Antonio Gramsci y Ernesto Laclau, que tanto escribieron sobre métodos más intelectuales para alcanzar esos objetivos.

Hoy, con esos libros en la mano, y en la mochila la necesidad de salvar de la cárcel a varios de sus líderes nacionales, populistas y ladrones -léase Cristina Kirchner, Luiz Inácio Lula da Silva, etc.-, esas mismas izquierdas intentan acabar con todas aquellas instituciones que puedan poner en peligro el plan general de destrucción que llevan adelante.

Han tenido mucho éxito en Venezuela, ya una dictadura de partido único, un país riquísimo al cual han llevado a la inanición mediante la corrupción masiva y la asociación con el narcotráfico y el terrorismo de sus más altas esferas militares y políticas. Resulta allí explicable, toda vez que el petróleo que Nicolás Maduro regala todos los días -pese al hambre que azota a su población- a Cuba evita que la gerontocracia asesina de la isla se vea obligada a confesar el fracaso de su histórica política marxista. 

En algunos de nuestros países, sin duda por obra y gracia de la cobardía de sus comandantes de entonces y la complicidad de sociedades anómicas e hipócritas, han logrado estigmatizar a las fuerzas armadas y de seguridad, poniendo en tela de juicio cada actuación, aún cuando ésta obedeciera a órdenes legales o judiciales. La estupidez generalizada de los políticos ha permitido, además, que los organismos de derechos humanos regionales fueran copados y cooptados por los miembros más conspicuos de ese proceso revulsivo, lo cual garantiza la inmediata condena a cualquier procedimiento penal que involucre a alguno de sus líderes, como Milagro Salas.

En la Argentina ese peligro se ha agudizado hasta el extremo, y Cristina Elisabet Fernández contempla aterrada no sólo la altísima probabilidad de perder las elecciones de octubre, sino el espejo latinoamericano, que le devuelve las imágenes de Ollanta Humala preso en Perú, de Lula y Dilma Rousseff en riesgo de cárcel en Brasil, de Jorge Glas Espinel suspendido como Vicepresidente de Ecuador, de Raúl Sendic investigado en Uruguay, lo mismo que Juan Manuel Santos en Colombia.

La manifiesta aceleración de las causas por corrupción y por encubrimiento del terrorismo (la denuncia del asesinado Alberto Nisman, impulsada por el Fiscal Gerardo Pollicita) que jaquean a la ex Presidente y a su entorno familiar y político, y el contundente éxito que ha tenido la lucha contra el narcotráfico -que tanto se expandiera por su criminal asociación con el régimen kirchnerista- de la actual administración, ha provocado una violenta reacción de las fuerzas que se oponen al cambio que pretende la sociedad, tal como lo expresara en las urnas. Para lograr sus objetivos de impunidad, les resulta necesario terminar con todas las instituciones.

Ahora, con el ariete de la desaparición de Santiago Maldonado, a quien los asesinos incendiarios de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) identifican como miembro de esa organización terrorista, embisten contra la Gendarmería Nacional y el resto de las fuerzas de seguridad federales, últimas defensas del Estado democrático contra quienes quieren destruirlo, como medio para ir luego por las cabezas de la Ministro de Seguridad y avanzar con el "club del helicóptero" en el que pretenden embarcar a Mauricio Macri, el ¿dictador? a quien sindican como causante de todos sus males.

Para lograrlo, suman sus esfuerzos la izquierda trotskista, el anarquismo trasnochado, la subversión de ese inventado pueblo originario, algunos capitostes sindicales envueltos en negocios turbios, Horacio Verbitsky y el CELS, Hebe Bonafini y las Madres, Estela Carlotto y las Abuelas, La Cámpora e H.I.J.O.S., Alejandra ¡Giles! Carbó y su escudo de fiscales militantes, los jueces de ¿Justicia Legítima?, los medios de prensa que aún pertenecen a enriquecidos compañeros de ruta (Página12, C5N, las radios Rebelde y 10), pseudo periodistas (Víctor Hugo Morales, Roberto Navarro, Gustavo Gato Silvestre), el Grupo de Curas de la Opción por los Pobres y tantos otros, amén de honestísimos gobernadores (como Gildo Insfrán) e intendentes del Conurbano, los policías provinciales desplazados por corrupción, funcionarios kirchneristas aún enquistados como quintacolumnistas en la administración y, por supuesto, los narcotraficantes que, además, contribuyen financieramente a las acciones callejeras.

Por supuesto, su cinismo hace que ninguno de ellos recuerde ni se haga cargo de las desapariciones (María Cash, Jorge Julio López, Fernando Lario, Luciano Arruga, y otras 74 personas) e innumerables muertes sospechosas (Juan Castro, Raúl Espinosa y Alberto Nisman son sólo ejemplos) o causadas por la desnutrición que la sociedad argentina ha debido soportar durante esa extendida década que defienden a ultranza, ni la violencia empleada por las autoridades contra etnias genuinas, como los Qom de Formosa y Chaco.

Nótese que no hubo condena verbal de alguna de las miserables y estúpidas agrupaciones políticas contra los vándalos que asolaron, una vez más, el centro porteño durante la protesta contra el Gobierno por el caso del tatuador cuyo destino aún se desconoce. Recuerdo que Raúl Sendic, fundador de Tupamaros y padre del actual Vicepresidente uruguayo, sostenía que había que golpear todos los días a la democracia burguesa, hasta que ésta se hartara y reprimiera, con lo cual dejaría ver al fascista que lleva adentro.

El Gobierno está resistiendo responsablemente el embate y, con toda lógica, respaldará a los efectivos de Gendarmería mientras no existan pruebas en su contra, pero es la sociedad entera la que debería reaccionar en igual sentido; a mi modo de ver, no bastará con la mera emisión del voto en octubre para defender la democracia, sino que cada uno de nosotros debería tomar el toro por las astas y denunciar criminalmente las acciones desestabilizadoras de las que tenga conocimiento, para evitar que, estos descastados nos vuelvan a sumir en la irracional violencia mesiánica (o rentada) que tanto nos ha costado como nación.

No podemos permitir que consigan romper lo poco que han dejado en pie de nuestras instituciones republicanas porque, claro, si lo lograran nos quedaríamos sin Estado, y el territorio nacional sería distribuido entre nuestros enemigos de siempre y nuestros vecinos.

Bs.As., 9 Sep 17

Enrique Guillermo Avogadro
Abogado

miércoles, 6 de septiembre de 2017

LA LOCURA DE LOS AÑOS SETENTA SIGUE VIVA ENTRE NOSOTROS

Nuestro historiador desmenuza los fundamentos de un libro que trata de explicar los delirios setentistas para que no los volvamos a repetir.


Por Luis Alberto Romero - Historiador. Especial para  Los Andes

“En los años setenta la Argentina se volvió loca”. Así comienza Gustavo Noriega su “Diccionario crítico de los años setenta”, y a esa misma conclusión llegará seguramente el lector que transite por los cien vocablos que componen esta versión, seguramente inicial, de un libro singular y notable.

Su tema es la violencia de los años setenta, así como la memoria de esos años, que sigue siendo activa en nuestro presente, actualizando viejos conflictos en nuevos contextos. Así ocurre en estos días con el caso de Santiago Maldonado, ante cuyas insólitas derivaciones nos preguntamos si aquella locura no sigue aún instalada entre nosotros.

Dentro de una bibliografía muy amplia y diversa  sobre aquellos años memorables, lo de Noriega es singular, por su forma y por sus ideas.

La forma de diccionario -que quizá parezca menor- tiene un precedente prestigioso: una enciclopedia fue la forma que en el siglo XVIII eligieron Diderot y D’Alembert para reunir todo el conocimiento válido de su tiempo, y para influir eficazmente en la cultura y en la política.

Este libro es, en primer lugar, útil; remplaza con ventaja textos similares de Wikipedia, reescritos en clave facciosa en los años recientes. En cada uno de sus cien vocablos nuestro autor sintetiza, con equilibrio, lo que se sabe de cada proceso, suceso o actor de los años setenta.

Indica cuáles son las fuentes y la bibliografía principales, apuntando sus méritos, sesgos y limitaciones. Entre ellas, incluye la abundante filmografía producida desde 1983, para consumo de gente “que antes no quería saber y (con la democracia) no podía dejar de mirar”.

Pero sobre todo, Noriega nos ofrece una interpretación, a contracorriente, aguda y valiente. La frase inicial sintetiza su perspectiva, no solo por el estado de locura, sino sobre todo por su sujeto: la Argentina. Ni un demonio, ni dos; la locura envolvió a todos, los que actuaron, los que toleraron, los que miraron con indiferencia. Más allá de las responsabilidades penales o éticas, nadie queda fuera de la pregunta por las causas de la locura colectiva.

El “Diccionario” se instala a distancia neutral respecto de los dos actores principales -las organizaciones guerrilleras y las fuerzas armadas- y de quienes hoy los reivindican. No hay héroes, salvo dos: el periodista Robert Cox, un hombre justo, y la funcionaria estadounidense Patricia Derian, una mujer con convicciones. Tampoco hay demonios puros, aunque ciertamente se habla de gente muy mala.

Su mirada transita por distintas zonas grises, sobre todo en el caso de los sobrevivientes, los que salieron con vida de su desaparición forzada. En este difícil tema abundan los silencios obstinados y las condenas sordas y contundentes. Siguiendo el camino abierto por el escritor italiano Primo Levi, Noriega asume que la heroicidad tiene un límite y que “honrar la vida” incluye la propia supervivencia. No vacila en señalar la duplicidad de quienes, desde un lugar seguro, exigieron a sus subordinados que masticaran la fatal tableta de cianuro.

La zona gris de los campos de reclusión es apenas una parte de la zona gris de una sociedad compuesta por “gente común”, que no participó ni de la épica revolucionaria ni de la cruzada contrarrevolucionaria. Que vivió la violencia con naturalidad. Que continuó con su vida, sin esforzarse mucho por saber qué es lo que estaba pasando. Que, concluido el drama, construyó el recuerdo de una sociedad civil heroica donde todos -ellos incluidos- habían resistido a la dictadura. Que, a veces, compensa su anterior indiferencia con una impostada intransigencia.

Esa perspectiva se completa con un análisis sutil de la cambiante visión social de las “víctimas de la dictadura”. En 1983, cuando el poder civil comenzaba a afirmarse sobre un terreno todavía inseguro, tanto la CONADEP como los fiscales y jueces hablaron de las “víctimas de la dictadura”. Se omitió entonces explicitar su militancia política, para evitar -sugiere Noriega- que el juicio a los represores resultara afectado por la generalizada condena social de entonces a los militantes de organizaciones armadas.

Este es el punto de partida de una historia apasionante, que contiene muchas claves para entender nuestro presente: la progresiva emergencia, dentro de las “víctimas inocentes”, de los “héroes de una gesta gloriosa”, reivindicados por sus camaradas y sus continuadores, así como por sus madres y abuelas. Por esa vía fue construyéndose una nueva historia oficial, que reprocha a los militares no solo sus métodos aberrantes sino también el haber interrumpido el camino de la liberación, nacional y social. A esa construcción han contribuido el cine -al que Noriega dedica jugosos análisis-, una buena parte de las organizaciones de derechos humanos y, ciertamente, el kirchnerismo. 

Sobre este punto, Noriega agrega una observación que conduce directamente a un debate actual. En 1983 los militantes armados debían ser presentados como “víctimas inocentes” para que el paraguas de los derechos humanos pudiera cubrirlos, como si no bastara su simple condición de personas. En 2017, la misma corriente de pensamiento se niega a admitir que a los represores les correspondan también el amparo de esos derechos. Así lo mostró el rechazo masivo al fallo de la Corte Suprema en un caso de 2 x 1, y su implícita negación de los derechos de la persona a los responsables de crímenes horrendos.

Lo que reveló este caso es la tensión, existente desde los orígenes, entre dos principios constitutivos de lo que hoy suele llamarse “el compromiso del Nunca Más”. Por un lado, la necesidad de establecer el Estado de Derecho, y una de sus bases: la igualdad ante la ley. Por otro, una versión singular de los Derechos Humanos que, apartándose del núcleo conceptual de la protección de cualquier minoría, subordina su vigencia al bien superior del juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado. Cuando hay que elegir entre ambas opciones -como ocurrió con el fallo de la Corte- la opinión de la mayoría se inclina por un castigo que, al no estar limitado por los derechos humanos básicos, se convierte en venganza.

En este punto, tan cercano, tan sensible, se prueba que Gustavo Noriega es un liberal, como lo declara en varias ocasiones. En un país de una larga tradición anti liberal, en la que liberalismo es una mala palabra, se trata de una declaración singularmente valiente. Creo que esta postura, consecuente y sin claudicaciones,  es lo cautivante de un libro donde los méritos abundan.


FALLECIERON MÁS PRESOS POLÍTICOS… ¿HASTA CUANDO o CUANTOS?


Estimados Amigos:

A través de la Unión de Promociones hemos tomado conocimiento del reciente fallecimiento de 2 (dos) Presos Políticos en cautiverio, a saber:

- Viernes 01 de septiembre de 2017: Señor Comisario Humberto Santiago Trotta (Policía Federal Argentina).

- Lunes 04 de septiembre de 2017: Señor Dr. Luis Francisco Miret Clapes (ex Juez Federal).

Consecuentemente, ya son 419 (cuatrocientos diecinueve) los fallecidos, pertenecientes a todas las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales, Fuerzas Penitenciarias y Civiles; en el marco de este proceso de persecución, venganza y exterminio, donde SE CONTINÚAN REPITIENDO en forma sistemática infinidad de irregularidades jurídicas, instrumentadas en el ámbito de una justicia prevaricadora.

Debe destacarse que del total de Presos Políticos que han fallecido, 79 (setenta y nueve) decesos se han producido desde el día 10 de Diciembre de 2015.

Expresamos nuestras sentidas condolencias a todos sus familiares, allegados, compañeros y amigos, rogándole al Señor, les conceda pronta y cristiana resignación.

Dadas las avanzadas edades y estados de salud de los Presos Políticos en la Argentina, estas lamentables noticias son cada vez más seguidas. Una vez más levantamos nuestra voz hacia el poder de turno, no pueden continuar con esta matanza selectiva… es su obligación como presidente de todos los argentinos garantizar el debido proceso, la igualdad ante la ley, brindar asistencia sanitaria adecuada y por sobre todo lograr la unión de la sociedad para superar las antinomias que después de 207 años aún nos mantienen divididos. Es hora de sin odios, ni venganzas, es hora de una mirada superadora. ¡BASTA!

Sinceramente,

Pacificación Nacional Definitiva

por una Nueva Década en Paz y para Siempre

martes, 5 de septiembre de 2017

DESAPARECIDOS EN DEMOCRACIA, ¿2 Ó 6.040?


Algún canalla de los que sobran en las “orgas” de derechos humanos podría decir que la desaparición de Santiago Maldonado fue ejecutada por los “residuales” del proceso enquistados en el gobierno de Mauricio Macri como festejo de los once años de la desaparición de Julio Jorge López. No olvidemos ese slogan que sirve para todo y que ahora le tocó a Macri: “¡Macri, basura, vos sos la dictadura!” Otro chusco podría decir que no fue para festejar una pretérita desaparición que lo esfumaron a Maldonado, sino que lo han hecho para que no olviden a López.

En verdad que una desaparición sirve de mucho en la medida que esté teñida de política. Pero sirve, especialmente, para que los argentinos, siempre ahogados en su estupidez e hipocresía, repitan por enésima vez su camino de contrición a la Plaza de Mayo y que un montón de idiotas, funcionales a la izquierda, se apretujen allí creyendo que la tumba de Videla ha sido abierta desde adentro.

Hoy con Maldonado tenemos el mismo ruido que once años atrás con López, con el agravante que la oposición kirchnerista y piquetera necesita con urgencia un “fiambre” y han llevado la farsa al extremo de tratar de meterle a chicos de 8 a 10 años en la cabeza que la desaparición “forzada” es moneda común en Argentina cuando no hay un gobierno nac & pop; total, Rodríguez Larreta ahogado en su debilidad ideológica optará por no sancionar a nadie y todos felices.

Pero hay algo que es mucho más infame, y es que en la Argentina democrática no son López y Maldonado los únicos desaparecidos; hay otros desaparecidos a los que nadie tiene en cuenta, por los que nunca se juntan multitudes para llorarlos ni nadie tira flores en el río.

El número de estos, los desaparecidos en democracia, se ha aproximado, desde 1990, al número de los presuntos desaparecidos durante el proceso, pero de esto no se habla, porque una desaparición es grave, no por sí misma, por lo que significa que una persona desaparezca del mundo tangible sino que para que sea tenida en cuenta debe tener un justificativo político para lamentarla.

Como no es así, nadie dice que es un escándalo que desde ese año hayan desaparecido en la Argentina- sin siquiera una guerra mediante- 6.040 personas y que sean sólo eso, desaparecidos solo recordados por sus familias, que no preocupan de ninguna manera al resto de los argentinos.

Esto, y es justo decirlo, no lo dicen ni Clarín o La Nación; lo afirmó Página/12 al hacerse eco del documento “Desaparición en democracia. Informe acerca de la búsqueda de personas entre 1990 y 2013” elaborado por la ONG Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT) en conjunto con la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex).

En ese lapso de tiempo “democrático” los “desaparecidos parias” -porque oficialmente a nadie le importa su destino- son niñas, niños, adolescentes y adultos que suman esa cantidad, de los cuales el 62% corresponde a mujeres generalmente secuestradas por las redes de prostitución; pero como las circunstancias de su desaparición no están ligadas a los circos judiciales de “lesa humanidad”, ni tienen relación o actividad que pueda ser utilizada políticamente, carecen de valor y tienen el mismo tratamiento que los muertos del setenta que no pertenecieron a la subversión; ya que no hay, ni creo que alguna vez escuchemos un lamento oficial por el asesinato de Cristina Viola o de Paula Lambruschini o el reconocimiento por la muerte en combate de los soldaditos formoseños como se hace con los muertos de la guerrilla.

José Luis Milia