domingo, 7 de enero de 2018

COMUNICADO DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA, POLÍTICA Y DE DD.HH. - SALTA


Desde hace varios días por los medios de comunicación y las redes sociales se convoca al ultraje masivo de un anciano de 88 años. En soledad y enfermo, Miguel Osvaldo Etchecolatz, deberá resistir a los que se reunirán frente a su domicilio para expresarle que lo odian profundamente. El “escrache argentino” es un remedo del claro e inequívoco acto de incitación al odio que inventaron los nazis contra los judíos. Acto de odio que (dado que no acusaron recibo) para la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el INADI pasa por natural y democrático. Es más, nadie debería sorprenderse si Santiago Cantón, el Sec. de DD.HH. de la Provincia de Buenos Aires, adhiriera o participará activamente del mismo. Es que humillar y ofender a un militar o a un policía en este país no sólo es gratis sino que está bien visto. Por el contrario, nadie en su sano juicio escracharía, por ejemplo, a la Legislatura de la CABA por ponerle el nombre del terrorista Rodolfo Walsh a una Estación de Subterráneo. Cuando falleció el terrorista y escritor Juan Gelman se decretó luto nacional por tres días (¿Apología del delito?). No recuerdo a periodista o político alguno que en actitud de protesta se haya rasgado las vestiduras. Con Etchecolatz en cambio se suman a la convocatoria de linchamiento o, en el mejor de los casos, miran para otro lado. Por su parte, representantes de todos los bloques del Concejo Deliberante de Mar del Plata manifestaron su repudio a la decisión de la Justicia de otorgarle a Miguel Etchecolatz la prisión domiciliaria. Tampoco es de extrañar. Años atrás ese mismo organismo dispuso descolgar del edificio del Concejo el cuadro del Capitán Pedro Giachino ¡Héroe de guerra! ¿Con qué autoridad moral, se preguntará, usted, estos individuos agravian a un hombre al que no llegan a los tobillos?

Etchecolatz no fue un genocida, ni pudo serlo, por la sencilla razón que en la Argentina no hubo ningún genocidio. Hubo una guerra; la que fue iniciada por los hijos de Taty Almeyda, Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas, Estela de Carlotto, etc.; quienes asesinaban, secuestraban, torturaban, robaban en pos del poder. A dichos criminales enfrentó Etchecolatz primero, cumpliendo órdenes del gobierno peronista y, luego, del militar. ¿Qué se debería haber combatido con la ley en la mano y no asumiendo los métodos terroristas de los sediciosos, es fácil decirlo? Había que estar ahí, cuando al Comisario Alberto Villar y a su señora esposa los Montoneros los destrozaron con una bomba o cuando, con otra, masacraron a 24 policías que almorzaban en la Superintendencia de la Federal. Sí, escuche, eso hacían los papás de Donda, Cabandié y de casi todos aquellos que trabajan de hijos de desaparecidos.

Suena macabro escuchar a un premio nobel de la Paz, Pérez Esquivel, convocando a escraches. Y cínico hasta el escándalo, también, que las organizaciones de derechos humanos escrachen con la consigna “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos” ¡Qué tendrá que ver el odio con los derechos humanos! ¡A ustedes no les interesan ni la paz, ni los derechos humanos! ¡Sáquense la careta, militantes del odio! ¡HIPÓCRITAS Y FARSANTES!


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